
Antonio Pérez Esclarín | Educador popular
La primera escuela de Fe y Alegría nació de un acto de rotunda generosidad. El obrero Abrahán Reyes y su esposa Patricia habían brindado la sala de su casa para que se celebrara en ella la primera comunión de setenta niños y niñas, fruto de la labor catequética voluntaria de los universitarios de la recién fundada Universidad Católica Andrés Bellos, que acompañaban al P. Vélaz en sus labores pastoralaes. En la homilía, el P. Vélaz habló de la necesidad de profundizar la labor formativa mediante un proceso de educación sistemática. Para ello, necesitaban construir una escuela, donde todos esos niños y niñas pudieran salir de la ignorancia. Al terminar la misa, uno de los asistentes, el obrero Abrahán Reyes, se acercó al Padre y le dijo: “Si usted quiere hacer una escuela, ponga las maestras que yo le regalo este local”.
Siete largos años le había llevado a Abrahán y su esposa Patricia construir la casa, ladrillo a ladrillo, como las construyen los pobres. Cuando lograban reunir cien bolívares, corrían a comprar cemento, bloques o cabillas, no fuera que se les presentara algún percance y tuvieran que gastar el dinero. Poco a poco, como un árbol de vida, la casa de Abrahán y de Patricia fue creciendo de sus manos y sus sueños. No había agua donde estaban construyendo y tenían que carretearla en latas de manteca que cargaban sobre sus cabezas desde el pie del cerro. Y cuando todavía estaba fresco el olor a cemento y no se habían acostumbrado al milagro de verla terminada, se la regalaron al Padre Vélaz para que iniciara en ella su sueño de sembrar los barrios más pobres con escuelas: “Si me quedo con ella –trataba de argumentar Abrahán ante el asombro del Padre- será la casa de mi mujer y mis hijos, pero si la convertimos en escuela, será la casa de todos los niños del barrio.
El gesto de Abrahán conmovió profundamente al Padre Vélaz y le mostró el camino a seguir. Si había personas capaces de darlo todo, sí sería posible realizar el sueño de llenar de escuelas los barrios más empobrecidos. Él iría de corazón en corazón, sembrando sueños y la audacia y el valor para convertirlos en realidades. Levantarían con fuerza la bandera de la educación de los más pobres, cuando nadie se atrevía a levantarla, y muchas personas generosas correrían a militar bajo ella.
“Escuela: Se admiten niños varones”, decía el tosco cartel que pusieron al día siguiente en la puerta del rancho de Abrahán. Y empezaron a llegar ríos de niños. Las clases comenzaron sin pupitres, sin pizarrones, sin mesas, con cien niños y adolescentes sentados en el piso. Como eran muchos para una sola maestra, dividieron la sala con unas tablas en dos aulas. Diana y Carmen, dos muchachas del barrio de apenas quince años y con sólo el sexto grado de primaria, fueron las primeras maestras. No sabían cuándo ni cuánto les iban a pagar, pero sus corazones ardían con deseos de servir. Así nació Fe y Alegría. Era el cinco de marzo de 1955.
Como había intuido el Padre Vélaz, el gesto de Abrahán y de su esposa Patricia habría de despertar múltiples y espontáneas generosidades que, desde sus inicios, marcaron la trayectoria de Fe y Alegría: una de las estudiantes universitarias, impresionada al ver a los niños sentados en el suelo, se quitó los zarcillos de platino que llevaba y los regaló para comprar unos bancos. Para sacar más dinero, los jóvenes decidieron organizar una rifa con los zarcillos, pues estaban seguros de que muchos familiares y amigos colaborarían con esta obra tan insólita y osada. Los rifaron y obtuvieron cuatro mil bolívares, los primeros centavos que entraron en la tesorería de Fe y Alegría. Con ellos compraron unos bancos toscos y pagaron los primeros sueldos a las maestras que habían iniciado su trabajo con total desprendimiento. Esa fue la primera rifa de Fe y Alegría. Posteriormente, la rifa llegaría a convertirse en una especie de cruzada nacional que aglutina infinidad de voluntarios para despertar las generosidades anónimas y que, durante los 16 primeros años en que Fe y Alegría no recibió subvención alguna del Ministerio de Educación, fue la principal fuente de ingresos para sostener y agrandar la obra.
Muy pronto, Fe y Alegría salió de Caracas y empezó a multiplicarse por toda Venezuela a punta de generosidad, voluntariado, austeridad y el sacrificio de muchos. Las personas de los barrios colaboraban voluntariamente en la propia construcción de la escuela: tumbaban y limpiaban monte, allanaban terreno, donaban uno o dos ladrillos, cargaban agua o arena, pintaban aulas, construían sillas, mesas, pizarrones, pupitres y puertas. Por eso, desde los comienzos las comunidades han considerado y sentido a las escuelas de Fe y Alegría como algo suyo.
Muchos profesionales y personas generosas aportaron su tiempo, sus conocimientos, su trabajo voluntario, su dinero, para hacer posible el sueño, cada vez más colectivo y por ello también realidad palpable, de sembrar los barrios con escuelas. En todo el país se fueron organizando Juntas Directivas y grupos de apoyo a Fe y Alegría. Numerosas señoras generosas se organizaron en Comités de Damas y organizaron verbenas, vendimias, rifas, e incluso fueron pidiendo de puerta en puerta para Fe y Alegría. Por eso, puede afirmarse con razón que Fe y Alegría es ante todo obra del pueblo venezolano y latinoamericano, pues pronto Fe y Alegría saltó las fronteras de Venezuela y empezó a sembrarse en el corazón del continente. La fórmula sería la misma: opción por los más pobres, trabajo voluntario, fe en y amor al pueblo, pasión por la educación, gestión participativa, formación permanente de los maestros y maestras, austeridad, administración transparente y creativa para “estirar al máximo los reales”, mucha osadía, mínima burocracia.
5 de diciembre de 2025
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