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IRFA una experiencia fascinante de amor, dedicación y entrega

Rafael González | Exdirector Regional de Educomunicación en Oriente

Conocí a IRFA, Instituto Radiofónico Fe y Alegría, a mediados de 1977, estaba aún en bachillerato y un día de ese año recibí una invitación para unirme como voluntario y dar clases de primaria. No pude negarme porque la invitación vino de mi mamá Albertina Ibarra. Ella estaba motivada, ya que el Padre José María Vélaz “la había convencido”.  A todo el personal obrero de las escuelas de Fe y Alegría, los representantes, vecinos, que no tuviesen la primaria completa se les abría esta posibilidad de terminar sus estudios por la radio.  

 

Mi mamá sólo había cursado hasta tercer grado; veía clases ella y su grupo en un galponcito lleno de materiales de construcción de la escuela Fe y Alegría Sagrada Familia, en El Junquito, la cual se estaba levantando y de la que éramos fundadores. Me dieron un juego de esquemas donde estaban los contenidos pedagógicos. Previamente el orientador que las atendía se retiró y el grupo estaba preocupado porque no conseguían reemplazo. 

 

Tenían un coordinador del Centro y con él mi primera cita de trabajo “voluntario” (“hijo no hay pago”); lo dejó bien claro mi mamá.  Así llegué al Irfa con mi primera tarea de trabajo. Una aproximación al mundo de la enseñanza que cambió mi vida porque me obligó a estudiar los temas, para explicarles y profundizar en las tareas.  

 

Cuando era niño había tenido una maestra en el Barrio Alta Vista, en Caracas, llamada La Mudita, era lo que me venía a la cabeza en aquellos días. Ella daba clases dirigidas a los que ya estábamos en la escuela. Enseñaba bien, pero no era una maestra, nos ayudaba para mejorar en lenguaje y matemática. 

 

La Mudita volvió a mi cabeza como un estigma de cómo hacer la tarea de Maestro Voluntario. Recordaba de ella, que mojaba la punta del lápiz con saliva para que la letra quedara más oscura cuando escribía las oraciones que debíamos repetir como un largo rosario, línea por línea, en el cuaderno palmer y hacer los trazos gruesos en la línea superior y el rabito que bajaba a la línea inferior… 

 

La recuerdo con cariño. A veces su saliva se corría en la hoja hasta que se secaba. Esas cosas venían a mi memoria hasta que ya comencé el trabajo de orientación.

El rol del orientador voluntario


En esos tiempos nuestra tarea no era dar clases, era revisar y verificar que los participantes habían escuchado cada clase por radio. En los esquemas, había líneas en blanco que debían de llenar los participantes y eso garantizaba la escucha de la clase por radio.
“Lo principal es que escuchen la clase por radio”; fueron las primeras instrucciones del coordinador. Era un grupo de siete mujeres y me aceptaron con alegría a pesar de mi inexperiencia como maestro. Ahí estuve con ellos dos o tres años.


Para 1981 me tocó acompañar a un segundo centro de orientación que estaba ubicado en el seminario Santa Rosa de Lima, al final de la Avenida Baralt en los Mecedores, Caracas. Me encantaba ese lugar porque muy cerquita de ahí, donde ahora es la Corte Suprema de Justicia, mi abuela tenía su casita, y pasamos los mejores 31 de diciembre de mi infancia. Ir a ese centro era recordar a mi abuela, sus hallacas, sus regaños andinos de siempre: “!Ah, se acordó venir!”


En el Centro Santa Rosa de Lima, había muchos cursos y muchos participantes. Asistían los sábados y domingos. Los grupos eran más dinámicos y exigentes. Pude dar 4to, 5to y 6to grado. Con ellos aprendí a conversar con los participantes a recoger sus vivencias de vida y también de los lugares de donde procedían. Uno de ellos era un barman reconocido que trabajaba en lugares prestigiosos, pero para mejorar su condición salarial, debía también sacar su primaria.


Era un señor entusiasta, cuando había oportunidad aprovechaba para darnos clases de cómo preparar las bebidas más cotizadas y las más sabrosas. Un día le dimos un espacio para que explicara en qué consistía su trabajo y cómo eran esas fórmulas secretas que aún conservo. Los adultos también tenían mucho que decir, mucho que compartir.


En 1982, un poco antes de venirme a Campo Mata, en el estado Anzoátegui, estuve apoyando el centro de orientación de la Iglesia San Pedro, en los Chaguaramos, en las adyacencias de la Universidad Central de Venezuela. En este centro la mayoría de los participantes eran trabajadoras domésticas, trabajadoras de tiendas, obreros de fábricas, trabajadores de la Universidad Central y del Hospital Universitario. Era el mundo de los trabajadores y trabajadoras de servicio, urbanizaciones del este y centro de Caracas.

 

Ese centro de orientación estaba en un lugar céntrico, muchos iban de su trabajo y después se iban a sus casas o a compartir entre ellos. Irfa era una forma de retomar sus estudios y mejorar sus condiciones. Eran cursos o secciones formados por personas muy sencillas y colaborativas entre ellas. Se formaban grupos y aprovechaban ese día de orientación al máximo. Ir al centro les permitía también espacios para escaparse a conocer esa otra Caracas. Sus lugares de recreación, cines, plazas y los incipientes centros comerciales.

Allí vi como Irfa ayudaba a superar el miedo a la soledad. Muchos participantes eran del interior, sin familia cerca. Esas tertulias enriquecedoras me permitían conocer que no vivían en familia, que la casa estaba en otro estado, que su trabajo era vital para ayudar a hijos, hermanos y padres que quedaron a la espera del dinero que hacía falta. La vida de los participantes se limitaba a estar encerrados en casas, en una fábrica, una tienda, un hospital… de sol a sol.

 

El sentido de supervivencia por un trabajo, por el dinero necesario, te roba el espacio de sueños truncados, de vidas no vividas. Irfa corta ese momento psicológico dantesco. Vi en estos grupos una gran fortaleza de ese Irfa pretérito. “Profe, suéltenos temprano que tenemos algo que hacer”, “Profe, vamos a viajar a mi pueblo, mi amiga va a conocer a mi familia”.

 

Y aprendí, que la vida se tejía también con sus hechos y circunstancias. Con la ciudad de Caracas por delante; donde muchos se habían venido a trabajar ahora se transformaba en un lugar por conquistar para sus vidas.

 

El sueño se hizo realidad y todo cambió; mejoró

 

Estos primeros años de Irfa fluyeron en la apropiación de un método sencillo e interactivo entre las necesidades de los participantes y la propuesta formal educativa a distancia, algo totalmente novedoso y exclusivo que proponía Fe y Alegría.

 

Los orientadores voluntarios de orígenes diversos, estaban constituidos en gran parte por religiosos, seglares comprometidos, estudiantes universitarios y de bachillerato. Las clases por radio se presentaban en formatos de una hora, alternando cada siete minutos, las asignaturas que presentaban dos parejas de profesores, uno de ellos, el maestro Willi Perroni, quien aún está con nosotros, con casi 50 años de trayectoria. “Liberen a Willi”

 

En mi memoria, aún resuena la música característica de inicio y despedida de las Clases. Ta tan tan, tatatan, tan tan ta tatan…¡ El Instituto Radiofónico Fe y Alegría presenta: El Maestro en Casa. Educación primaria por radio.

 

Los programas eran de lunes a viernes, una hora durante 21 semanas. Al principio creaba incertidumbre, desconfianza y hasta dudas. El periodista Alexander Medina, en un reporte sobre el Irfa, en 2022, rescata ese fenómeno con la pregunta más frecuente. ¿Clases por la radio?

 

En Venezuela, esta “idea loca”, se convirtió en toda una innovación educativa. Desde el Movimiento se asumió el compromiso y tras el convenio con emisoras de la Iglesia Católica la experiencia de «El Maestro en Casa” comenzó sus transmisiones fundamentalmente en Maracaibo, en el occidente del país; y en Caracas, en la capital”.

Realmente, cientos de hermanas y sacerdotes de la Iglesia Católica asumen el proyecto desde la autoridad que representaba el P. José María Vélaz, fundador de Fe y Alegría. Este momento estelar y crítico sin el apoyo motor del P. Vélaz, no hubiese cuajado. 

 

Irfa nació en Caracas sin radio, en su sede se comenzaron a producir y adaptar los materiales de radio ECCA, de las Islas Canarias, España. Esquemas, manuales, programas de radio, fueron las tareas de los primeros años. 

 

Maracaibo fue la ciudad donde se emitió “El Maestro en Casa» por primera vez. En Caracas la tarea era básicamente presencial en las Escuelas de Fe y Alegría y otros colegios amigos de congregaciones de la Iglesia Católica.

 

En los primeros años el número de participantes de las dos ciudades más grandes de Venezuela hizo que muchas parroquias se entusiasmaran con ayudar a gran parte de la población que se mantenía sin estudios de primaria. Las estadísticas de IRFA para finales de los 70 superaban los 4 mil participantes solo de primaria. Lo que apuró el nacimiento del ciclo básico, para marzo de 1982. 

 

Como hechos curiosos, ese año Irfa compró su primera computadora personal Apple I, para diseño de materiales. Fue la primera vez que vi una computadora. 

 

En aquellos centros de primaria aprendí que los centros se constituyen eficientemente en grupos pequeños de adultos y pocos jóvenes. Más mujeres que hombres, destacando la voluntad y presencia de las mujeres en IRFA desafiando su condición por aprender y ganas de superación.  

 

Aunque la propuesta del orientador voluntario de Irfa no era dar clases, porque eso dañaría la presencia de la radio en todo el sistema, en realidad muchos no la escuchaban. En el horario de la clase radiofónica estaba trabajando o la radio no se escuchaba en su hogar. También se complejizó porque muchas de las congregaciones y algunos proyectos particulares, llevaban los materiales de estudio a zonas lejanas como la selva o sitios alejados de Maracaibo y Caracas para alfabetizar o desarrollar el programa. Allí no llegaba la radio.

 

No podíamos quedarnos inertes ante la demanda que imponía la realidad; esta contradicción del deber ser y lo que pasaba en la realidad nos marcó para siempre. Validar estudios sin la radio debilitaba la estructura principal de “El maestro en casa». Los participantes realmente no recibían la formación de forma vertical a través de la radio y que se pudiera evaluar después. Irfa se convirtió en un reto para darlo todo por los participantes. Complementar los esquemas; meter la realidad en la enseñanza, las vivencias, la cultura y la cotidianidad más precisa. Hacerte docente de IRFA. 

 

A veces había un poco de frustración ver a los participantes nerviosos copiando los contenidos de los que sí escucharon la radio, el sistema ante nuestra presencia no quedaba inerte por la circunstancia, la gente tomaba la pedagogía por su propia mano. 

Con el tiempo, sin que nadie lo buscara o lo pidiera, terminamos dando clases en el centro de orientación. La realidad era más grande que el sueño o el decreto de ley que legitimaba el sistema de educación por radio. Rompimos la liga, aunque no fueran docentes calificados, los orientadores de Irfa eran valientes de dar lo que la vida les había regalado, las enseñanzas de sus maestros. A partir de ese momento, nos volcamos con ese mínimo, a darlo todo sin nada a cambio.

 

Aprendí que hay que ser valientes ante la adversidad, ante los prejuicios de leyes que descalifican o postran a otros por respetar leyes injustas y sin sentido. Irfa me hizo rebelde de la causa del que espera; del que ha sufrido en silencio tontamente.   

   

Enfrentarse como maestro-orientador en muchos de los sitios, dio un matiz diferente a “El Maestro en Casa” por radio; las dificultades se convirtieron en oportunidades. Nacía el Maestro en Casa a Distancia, el real que usaba los esquemas, el que usaba o no el sonido de la clase por radio; fuere la causa que fuere.  

 

Al no llegar la transmisión, los orientadores se obligaban a dar más detalles y adaptarlo a cada entorno. Los esquemas comenzaron a rodar por toda Venezuela. Iglesias, conventos, vicarias, cárceles, etc. Fluía como Pedro por su casa, en cientos de escuelas donde los maestros no graduados, conseguían una guía de instrucción educativa de enseñanza. Nacieron así aquellos adjetivos: “son buenos los esquemas de Irfa”, “qué buenos esos esquemas de Irfa, yo los uso en clases”.  

 

El esquema se convirtió en guía pedagógica para el que llegaba a educación sin experiencia o con pocos recursos académicos. En el esquema o en la guía  estaba todo. Así se enamoraban de su sencillez, con su estructura, eficacia y novedad.

 

De la capital al campo y a las comunidades indígenas

 

Y aprendí a viajar; “nos fuimos”, parece mágico, pero era la palabra de la marcha del imparable fundador de IRFA, Padre José Javier Castiella Idoy. Con positivo y real entusiasmo comenzó la andanza por los caminos de Venezuela. Algunas veces llegábamos en carro, otras en burro, barco o más rápido; en avioneta. El Padre Vélaz estuvo aprendiendo a volarlas para ir a la selva, a las zonas donde no llegaba nadie.

 

La alfabetización de “El Maestro en Casa”, se extendió inclusive de casa por casa de las congregaciones religiosas y posteriormente a otras religiones convirtiéndose en vínculo de ecumenismo. 

 

Irfa tenía esa magia que brinda el saber y el ayudar desinteresado; el darlo todo para ayudar al otro. En 1982 se abrió la tercera Radio de Fe y Alegría, en Campo Mata, una población campesina en el estado Anzoátegui, rodeada de mechurrios quemando gas natural y pozos petroleros.

En ese entonces, era una población pequeña que anclaba un gran potencial. La radio creó un efecto rebote con su señal por varios estados. Además de Anzoátegui, se cubría Monagas, las zonas altas del estado Sucre, Delta Amacuro, zonas del estado Bolívar y Guárico. Sus poderosos transmisores retumbaban con su señal limpia; el más remoto paraje de pueblo, caserío o comunidad indígena. 

 

En esta diversidad de ecosistemas culturales “El Maestro en Casa» se reencontró y dio paso a su permanente adaptación de público. En 1987, da un gran cambio de su estructura vertical radio-participante y se implementó la Pedagogía Popular de Paulo Freyre, buscando más horizontalidad e intercambio de saberes con la cartilla de Alfabetización que llamamos “Abrebrecha”. 

 

Esta estructura se adaptó más a las localidades. Los contenidos respondían a las necesidades sentidas de sus habitantes. El método se centró en la comunidad, en la familia, en la cultura, en la vida misma.  Desde esa realidad, se buscaban acciones que se pudieran cambiar; mientras se adquirían herramientas de lectura y escritura. La cartilla fue una guía de recursos metodológicos para alcanzar los objetivos de organización, comunicación y participación directa. Cada centro de orientación se tornó diferente.  

 

De esta experiencia enriquecedora, recuerdo a una señora campesina de una población llamada Campo Alegre, en el Municipio Freites del estado Anzoátegui. Una participante que estaba matriculada en Abrebrecha refirió un sueño que había tenido. En el sueño se le apareció Ezequiel Zamora y le dió los últimos toques para que pudiera formar palabras con los sonidos.  Al levantarse en la mañanita tomó un papel y le escribió una carta a su hijo que vivía en Puerto Ordaz donde le expresaba que había comenzado a escribir y a leer después de aquel glorioso sueño y encuentro con el General del Pueblo.

 

A finales de 1978, entre discusiones y disertaciones de la problemática Indígena de la Mesa de Guanipa, nació la Cartilla de Alfabetización Earuu Kariña o Aprendamos Juntos.  No bastaba leer y escribir en lenguaje castellano, para los Kariñas era de vida o muerte visualizar su lengua para sus habitantes y poblaciones de otros estados. 

 

Hacerla viva e instrumento de otras acciones por el rescate de la cultura, desde los niveles escolares más pequeños, donde la transculturización golpeaba sin dar tregua a su cultura ancestral. Después de 40 años de aquellas discusiones no existe comunidad en La Mesa de Guanipa donde se pueda enseñar sin la dualidad de las dos lenguas. Ahora ya hay una biblioteca de materiales educativos en Kariña con o sin traducción al castellano. 

 

El modelo de la educación popular que llevaba Fe y Alegría y sus diferentes manifestaciones pedagógicas han rendido sus frutos y han dejado sus huellas. Hoy recordamos a personas apasionadas que impulsaron desde IRFA el sentido de lo autóctono, el llamado clamoroso del indígena que nos iluminó y nos impulsó a esa compañía cercana a las etnias venezolanas. Y seguimos en el camino.

5 de diciembre de 2025

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