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San José Gregorio Hernández, modelo de santidad laical

Antonio Pérez Esclarín

La inminente canonización de los beatos José Gregorio Hernández, y de la Madre Carmen Rendiles, nos debe llenar de alegría y de un sano orgullo, al palpar lo que somos capaces de hacer y de ser los venezolanos. Pero, sobre todo, su canonización tan esperada y celebrada por el pueblo venezolano y por millones de devotos en el mundo, debe ser una gran oportunidad no solo para conocer y admirar sus vidas, sino para imitar sus valores, para considerarlos modelos a seguir, para hacer que sus virtudes vayan moldeando nuestras vidas y sean el cimiento para la reconstrucción profunda de Venezuela sobre los valores que ellos practicaron con valor y los han hecho merecedores no sólo de la admiración y el cariño del pueblo venezolano, sino de su ascenso a los altares. Entre ellos, el respeto a todos, la responsabilidad, el esfuerzo y el trabajo, la humildad, la honestidad, el servicio, la piedad, el amor a la familia y al país. Pero, sobre todo lo demás, sus canonizaciones deben impulsarnos a cada uno a emprender el camino de nuestra propia santidad. Tenemos que convertir la alegría, el júbilo, el agradecimiento y las necesarias celebraciones en el compromiso de plantearnos en serio la conquista de nuestra propia santidad.

 

Sabemos que José Gregorio intentó tres veces hacerse sacerdote o religioso y yo estoy convencido de que Dios no le concedió este sueño porque quería mostrarnos con él que la santidad no es algo exclusivo de las personas consagradas o religiosas, sino que es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos. Se trata de que cada uno nos planteemos en serio ser santos. La santidad no es para unos pocos privilegiados, personas excepcionales, dedicadas a la oración y el culto, sino una vocación para todos y la respuesta al llamado de Jesús, que nos invita a seguirle y a proseguir su misión de establecer aquí el Reino, una sociedad justa y fraternal. La santidad consiste en hacer de la vida una obra de arte, cumplir en todo la voluntad de Dios, dejarse llevar por el Espíritu de Jesús, que pasó la vida haciendo el bien, derramándose en servicio sobre los demás Más que en hacer cosas extraordinarias o heroicas, la santidad consiste en hacer de un modo extraordinaria las tareas ordinarias de la vida.. Vivirlo todo con entusiasmo y con amor. Vivir apasionadamente nuestro deber de estudiante, de hijo, de esposo o esposa fiel, de trabajador honesto y responsable, de comerciante y empresario justo y generoso, de maestro paciente, amable y cariñoso, de médico atento y cercano, de servidor público eficiente. Se trata, repito, de buscar nuestra santidad en lo que somos y hacemos todos los días. Entender que el gran regalo de la vida que nos fue dado sin pedirlo ni merecerlo, debe ser una ocasión para vivir como un regalo para los demás, para en todo amar y servir a todos. Amar como Jesús amó, con un amor que ayuda, sana, comprende, libera, perdona, gasta y entrega la vida para que todos tengan vida y la tengan en abundancia. Amor, en consecuencia, también a la naturaleza, primera Palabra de Dios, y expresión infinita de su amor creativo. Para ello es necesario salir del egoísmo, la flojera, el capricho y la comodidad para hacer de la existencia una entrega a los demás, desentoxicarse de las drogas del ansia de tener, de poder y de placer, del afán de figurar y sobresalir, combatir el cáncer de la indiferencia y seguir con radicalidad a Jesús en su empeño de transformar este mundo inhumano.

 

Como lo podemos comprobar con José Gregorio, un trujillano ejemplar, nacido en Isnotú, un pueblito andino en una Venezuela destrozada por la guerra federal, agitada por los enfrentamientos violentos entre conservadores y liberales y luego aplastada por la férrea dictadura de Gómez, los santos son personas como tú y como yo, que se propusieron en serio seguir a Jesús y ser testigos de su evangelio, en las circunstancias y tiempos que les tocó vivir.. No son unos seres extraños para ponerles un altar en un rincón de la casa, prenderles una vela y esperar que nos hagan milagros, o resuelvan nuestros problemas. De hecho, uno de los retos que nos propone la canonización de José Gregorio es liberarnos de ese sentido meramente utilitarista, es decir, utilizarlo para respaldar nuestros proyectos, sin analizar si son coherentes con los valores del santo, o pedirle que nos conceda favores y milagros, sin verdadera intención de cambiar de vida. Los santos son para plantearnos vivir nuestras vidas con el espíritu y la entrega con que ellos la vivieron. Pero tampoco se trata de imitarles y repetir en ellos nuestras vidas. Se trata de asumir con seriedad la nuestra, conocernos, aceptarnos como somos, plantearnos vivir la vida en serio, sabernos infinitamente amados por Dios y responder a ese amor amando a los demás, amor que se convierte en servicio solidario.

 

Cuando murió el Doctor José Gregorio Hernández, Caracas se paralizó para asistir a su entierro. El cadáver fue llevado desde el paraninfo de la Universidad Central hasta la Catedral entre un río de gente. El maestro Pedro Elías Gutiérrez dirigía la banda que iba tocando las marchas fúnebres. A la salida de la catedral, estaba esperando la carroza fúnebre para llevarlo al cementerio. Entonces se escuchó un grito que enseguida fue coreado por miles de gargantas: “El Doctor Hernández es nuestro”, “El Doctor Hernández es nuestro”. La expresión “El Doctor Hernández es nuestro”, que el cariño y confianza del pueblo venezolano cambió a “José Gregorio es nuestro”, demuestra la admiración a este médico ejemplar y profesor extraordinario, dedicado en consecuencia a curar cuerpos y almas, hombre que unificó sabiamente la fe y la ciencia, testigo valiente de Jesús. Pero para que sea realmente nuestro, debemos esforzarnos todos en hacer nuestras sus virtudes, sembrándolas en nuestras vidas y en las estructuras políticas, económicas, culturales y educativas de Venezuela. Por ello, la celebración de su santificación debe convertirse en una oportunidad para comprometernos, con la pasión y entrega de José Gregorio, a superar prejuicios y odios, sanar las heridas, eliminar la violencia, y trabajar por una Venezuela reconciliada y próspera, donde todos podamos vivir como verdaderos hijos de Dios, y en consecuencia, hermanos.

 

17 de octubre de 2025

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