La solidaridad de los invisibles y su enseñanza en la pandemia.
Panamá pasó de ser un país de tránsito a ser país destino de una gran cantidad de personas, hace ya más de una década. Y esto paulatinamente se va convirtiendo en una situación de conflicto social potencial. Existe una población migrante que, según datos extraoficiales es superior al millón de personas, de las cuales (según datos del PNUD) cerca de 700 mil estarían en condición irregular. Si bien el gobierno abrió la vacunación a toda la población, incluyendo en ella a los migrantes (regulares e irregulares) no menos cierto es que costo que este sector invisibilizado durante gran parte de la pandemia fuese objeto de ayudas sostenidas.
Pero los fallos no únicamente han estado de parte del gobierno, las instituciones de ayuda también han mostrado limitantes para responder a la crisis. Ya sea por presupuesto, carácter de su servicio o simples fallos en la lectura de la realidad a esta población la ayuda no ha podido llegar de manera constante.
Han sido, en algunos casos, los propios grupos de migrantes –regulares e irregulares- organizados o espontáneos los que han socorrido a este segmento poblacional, independientes de las estructuras consideradas oficiales. Es lo que Pierre Bordieu (O poder simbolico,1989) entendía como la influencia de la coyuntura en la lectura de los sistemas simbólicos y los modos de actuar, punto que también señala Anthony Giddens (La Constitución de la sociedad, 1986) y por ello los actores, a los que él considera competentes y conscientes de su cotidianidad, deben ser reflexivamente seguidos para poder entender las nuevas condiciones de cotidianidad nacidas de la coyuntura actual.
Una coyuntura donde las redes sociales, aun con su banalidad presente, han sido reconvertidas en canales de interacción para la solidaridad, al margen de la normatividad, la legalidad determinada por el Estado o lo que llamamos sociedad.
Un nuevo lenguaje o modo de comunicación surgen en medio de esta realidad que evidentemente los organismos que establecen el qué, el cómo y cuándo ayudar no han sabido leer. La legalidad choca de frente con la cotidianidad y esta le supera en su capacidad adaptativa, toda vez que estos tejidos sociales construidos en el “día a día” de la necesidad van dos pasos adelante.
Grupos de colombianos, venezolanos y nicaragüenses (algunas veces de manera conjunta) han respondido a la urgencia de la emergencia. La actual situación de la CoVID-19 debe obligar a pensar más allá de la misma crisis en sí. Debe ser revisada como un hecho violento que ha trastocado los modos de vida de la ciudad y el campo e incluso las mismas relaciones sociedad- estado. Para quienes experimentan la crisis (y esto incluye a la totalidad de la sociedad) el orden precedente ha sido roto, sin embargo, aún no hay un “después”. Los acuerdos, los límites, los controles han dejado de ser válidos. Este acontecimiento disruptivo ha creado su propio marco espacio-temporal definido por la velocidad con la que se rehacen las reglas de intervención en la realidad.