Por: Luis Dávila Director Nacional Irfeyal – Ecuador.
La educación tiene que ir de la mano de la comunicación. Cuando va sola no consigue mayormente los objetivos que se traza. En estos días, por ejemplo, en las redes sociales vemos que mucha gente, para fundamentar sus razonamientos, pone gráficos estadísticos sobre la cantidad de contagiados por covid-19, el número de muertos, las proyecciones mensuales y más. ¿Cuánta gente logra descifrar esos gráficos? Muy poca. Hay un proceso de educación, claro, pero por falta de una adecuada comunicación el mensaje no llega a cabalidad.
La comunicación es una acción que está íntimamente relacionada con la cultura. Cuando una persona pretende inculcar información educativa por fuera de la cultura, no lo logra o lo hace parcialmente. Por el contrario, cuando dicha información se comunica dentro del contexto cultural que vive la gente, el aprendizaje es superior.
A partir de la cuarentena decretada en Ecuador se planteó traspasar la educación presencial a la educación a distancia vía internet o whatsapp. El fracaso es evidente: hay un retroceso educativo. Las razones pueden ser varias: la falta de acceso a internet o a servicio telefónico, la falta de ordenadores y teléfonos inteligentes en las familias y otros. Pero también está la improvisación metodológica. No es posible traspasar algo que culturalmente ya estaba establecido, a clases a distancia que se salen del contexto cultural, esto es, de la cotidianidad, de la costumbre y la tradición. Para lograrlo, hay que impulsar procesos que, aparte de superar los problemas de acceso, se incorporen a la convivencia diaria de las personas.
Aquí cabe una reflexión por reducción al absurdo, como dirían los matemáticos. ¿Por qué el discurso populista, que tanto daño está haciendo a los países de la región al llevar al poder a personas sin ideología ni moral ni ética, se impregna tanto? Pues, porque ese discurso ha aprendido a imbricarse en la cultura, aunque sea desde las aristas más repudiables que están metidas dentro de todos: llámense odio, rencor, revancha, facilismo, oportunismo. La educación-comunicación tiene que hacer lo propio, pero desde la virtud.
Conozco de una señora que es prácticamente analfabeta. Apenas logra escribir, con mucho esfuerzo, su nombre. Sin embargo, para una suma o una resta es muy hábil. Los números no le son ajenos. ¿Cómo aprendió? Desde su cultura: requería de los números para saber cuántos kilos de cebolla había cosechado en su llacta, cuánto iba a cobrar en el mercado por kilo, cuánto tenía que dar de vuelto al casero que le pagaba demás, cuánto podría ahorrar para su próxima siembra, cuánto requeriría para la subsistencia de su hogar. De paso, no tuvo problemas en aprender conceptos de peso: kilogramo, quintal, libra.
Siempre he puesto el siguiente ejemplo: si el teorema de Pitágoras nos lo hubieran enseñado en la práctica, construyendo ángulos rectos para el trazado de una cancha de fútbol, lo hubiéramos comprendido con mucha más profundidad que escrita en la pizarra la fórmula del cuadrado de la hipotenusa igual a la suma de los cuadrados de los catetos.
Con la comunicación, la educación permite negociar simbólicamente entre dos o más sujetos desde experiencias hasta conceptos, proceso horizontal, democrático, que reconoce el locus del otro. La educación sin comunicación es un muro que pocos logran flanquear.
En radio La Luna pusimos en práctica el anterior razonamiento: recurrimos a escenas dramatizadas, ironías, comedias, opiniones musicalizadas, para que la gente captara mejor las noticias y adhiriera a nuestra línea editorial. El éxito fue grande: en una ciudad como Quito, que estaba atiborrada de frecuencias en AM y FM, en seis meses nos colocamos entre las 10 emisoras más sintonizadas. Y no solo eso, cuando la corrupción desbordó en los gobiernos de Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez, la gente se movilizó con las consignas y canciones de corte político que había difundido la emisora. Y cuando el gobierno de Gutiérrez amenazó a la Luna, la gente se movilizó impresionantemente para protegerla: día y noche había vigilia de cientos de personas.
Se hablaba de que la radionovela ya no tenía audiencia, La Luna demostró todo lo contrario. Se decía que los noticieros debían ser serios, la radio demostró que el humor comunica mejor y moviliza. Se expresaba de la formalidad con la que tenían que presentarse los locutores, la 99.3 FM demostró que la informalidad, esa con la que, culturalmente, nos relacionamos con los demás, permitía la relación con la audiencia hasta la complicidad.
La Luna fue, sobre todo, un proyecto cultural que promocionaba valores ciudadanos éticos, desde el sentido de la experiencia y cotidianidad de su audiencia, no desde el elitismo, como erróneamente se considera a la cultura.