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15 febrero 2023

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La educación imposible

Matilde Moreno


Cuando hablamos de EDUCACIÓN nos referimos al acompañamiento integral de las personas para que lleguen a vivir con autonomía, siendo protagonistas de su historia y de la Historia, dejando a las generaciones que vendrán después, un mundo más justo y amable.

 

Cuando hablamos de EDUCACIÓN DE CALIDAD, nos referimos a poder hacer esto en un grado de excelencia.

 

Soy maestra por vocación y por profesión. Ya en la escuela pública de España, hace más de veinte años, era difícil lograr una educación de calidad, pero en los dos colegios en los que estuve trabajando, Castillo del Romeral, en Gran Canaria y Sierra Arana en Iznalloz, Granada, aun siendo escuelas en medios rurales muy pobres y apartados, con alumnado de distintas etnias y diferentes necesidades pedagógicas, gracias a la entrega y dedicación de la mayoría de los docentes, los resultados, si no eran excelentes, se acercaban mucho a ello. Ahí es donde mis alumnos y mis compañeros me hicieron maestra.

 

Veinte años en Haití, dedicados a la educación, dentro y fuera de los ámbitos escolares, me han hecho tocar una realidad mucho más difícil, donde, en la mayoría de los casos, la necesidad de cubrir lo indispensable para sobrevivir cada día, imposibilita llegar a un nivel de educación aceptable e impide alcanzar la calidad deseada. Además, cuando hablamos de infancia escolarizada, estamos hablando del 50/100 de la población infantil del país, que es la que tiene el privilegio de ir al colegio, por poco adecuado que este sea.

 

Bajo mi punto de vista, hay premisas que condicionan la educación de calidad en los barrios populares y en el mundo rural y voy a tratar de presentar unas cuantas, de ellas, bien que no todas.

 

No es posible una educación de calidad cuando no se tiene lo necesario para comer.

 

Es una afirmación simple y que no necesita explicación alguna. En lo que para mí es más cercano, Haití, donde alrededor del 80% de la población está bajo el umbral de la pobreza, se entiende que la inmensa mayoría del alumnado está mal, muy mal alimentado. En las escuelas que yo conozco, que son bastantes más que las de Fe y Alegría, se hacen enormes esfuerzos por conseguir que PAM o Food For the Poor, donen alimentos (arroz, habichuelas y aceite, en el mejor de los casos porque hay escuelas que durante años no han recibido arroz sino trigo porque había que gastar algunos excedentes de otros países… y realmente el trigo no es el alimento al que los haitianos están acostumbrados a comer habitualmente). Con solamente estos productos no es posible dar un menú completo y equilibrado en la única comida que hacen al día la mayoría de estos escolares. Estas instituciones consideran también que el alumnado necesita comer solamente en los cinco días a la semana en los que hay colegio. Durante la pandemia, no facilitaron comida y en los largos periodos en que el alumnado no puede ir a la escuela porque los violentos se lo impiden, tampoco.

 

No es posible una educación de calidad cuando el alumnado tiene que aprender a leer y escribir en una lengua que no es la materna.

 

Y esto pasa en demasiados lugares. Los más pobres son los que más sufren por esta causa. No tienen medios ni tienen referentes. No es fácil el cambio. Hay una enorme presión social que lo impide. El caso que más conozco es el de Haití donde los padres piensan que si en una escuela se enseña a leer y a escribir en Kreyòl, que es la única lengua que las sociedades rurales conocen (realmente las familias franco parlantes son una minoría privilegiada), se les está haciendo ciudadanos de segunda categoría porque en los colegios de los ricos, lo hacen en francés. No llegan a comprender que para que sus hijos aprendan un francés de calidad, tienen que empezar por dominar su lengua materna. La mayoría de los profesores comparten esta mentalidad. Ya digo que el cambio no es fácil. En el año 2010 terminé de elaborar un método de lectoescritura en kreyòl, pero hasta el presente, ni siquiera una institución de Educación Popular, como es Fe y Alegría, lo ha puesto en práctica. Estoy colaborando con Beatriz Borjas, querida compañera, en un proyecto sencillo y ambicioso al ismo tiempo, para concienciar a las escuelas de Fe y Alegría de la importancia de este tema y plantear posibilidades de cambio, aunque ya sabemos que será muy poco a poco. Ya tuvimos un primer contacto con un grupo de compañeras de Guatemala. Es un trabajo difícil y lento pero indispensable.

 

No es posible una educación de calidad sin un profesorado bien formado.

 

La generalidad del profesorado en países de recursos limitados, tiene muy buena voluntad y ganas de desarrollar bien su trabajo, pero ¿Quiénes forman el cuerpo de profes en las escuelas de los campos, en los lugares apartados donde no hay carreteras y en donde no llega la electricidad ni el agua potable? (puede que, al leer esto, alguien se esté acordando de José María Vélaz, de Abraham y de Patricia). Esos lugares siguen existiendo y esas escuelas están atendidas por el “profesorado posible”. Son personas que no han tenido posibilidades o dinero para salir de la aldea a formarse. Y en todos esos casos hay que elegir: o son ellos los que trabajan en la escuela, o no hay escuela, porque el Estado no se hace cargo de esos lugares abandonados y la comunidad no puede pagar el salario que demandaría un profesional. Fe y Alegría y otras instituciones que están en sus mismas circunstancias, hacen lo que pueden para formar a sus docentes, pero es a todas luces insuficiente. Esos ahora profesores, tampoco tuvieron buenos maestros cuando fueron a la escuela y enseñan lo que ellos aprendieron. La renovación pedagógica, aunque sea simplemente el pasar de la memorización a didácticas activas y la investigación en el aula, producen en el profesorado una gran inseguridad porque ellos nunca experimentaron algo parecido y en muchos de los centros de formación de profesores, tampoco se ve esto como una prioridad.

 

No es posible una educación de calidad en situaciones de inseguridad y violencia

 

La primera característica que tiene que tener un colegio es que sea un lugar seguro donde la comunidad escolar pueda desarrollar su cometido. Hoy, en muchos lugares esto no es así. Desgraciadamente en algunas zonas hay bandas o maras que imponen su ley decidiendo cuando sí o cuando no se puede acceder a la escuela, al mercado o a la carretera. Por este sistema hay lugares donde se restan varios meses del periodo escolar. Otras veces asaltan centros educativos para robar todo lo que encuentran: paneles solares, baterías, ordenadores y hasta las mesas y las sillas. Algunas bandas obligan a los establecimientos a pagar por darles su “protección”. Situaciones así no ayudan y encima, estos sucesos se están normalizando, con lo que el problema es más difícil de atajar. Hay familias que deciden no exponer a sus hijos-as y dejan de enviarlos a la escuela, otros los envían intermitentemente. Hay lugares en los que la educación de calidad sufre y hasta desaparece.

 

Podría seguir enumerando dificultades, pero creo que no hace falta. Prefiero optar por llamar a nuestras conciencias para ponernos las pilas y tirar de solidaridad creativa para ayudar a avanzar un pasito a los que viven entre tanta carencia.

 

Siempre con la conciencia de formar parte de la familia humana y empezando el compromiso de construir una mejor casa común para todos y todas desde abajo, desde los menos considerados por la sociedad, para crecer y construir con ellos y desde ellos.

 

Sería la chispa que se hace llama, como soñó Vélaz o el grano de mostaza que se convierte en árbol, del que hablaba Jesús.

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