Y un simple virus invisible ha hundido, en pocos días, las economías más prósperas y se ha burlado de las armas nucleares, de los acorazados y aviones de combate y de toda ese increíble arsenal militar, tan eficaz para destruir pueblos y matar gentes, pero incapaz de matar a un virus.
¿No resulta vergonzoso que el hambre y la miseria sigan matando cada día muchos más muertos que los que ha ocasionado y ocasiona la pandemia? ¿No es una afrenta para la humanidad y una constatación del absurdo del actual tipo de desarrollo individualista y consumista saber que con lo que se gasta en armas en diez días se podría proporcionar salud y educación a todos los niños del mundo? Si solo una parte de esa barbaridad gastada cada año en fabricar nuevas armas hubiese sido empleada en mejorar la sanidad y la investigación médico-científica, o en engendrar una mejor justicia social, hoy las mayores potencias armamentistas no se sentirían tan impotentes y tan desesperadas con el nuevo virus.
La pregunta que hoy debemos hacernos todos es si seremos capaces de aprender la lección que nos está dando la pandemia y si servirá para repensar y transformar nuestras estructuras mentales, económicas y sociales que destruyen el planeta tierra y condenan a miles de millones de personas a una vida miserable. Mucho me temo que, pasada la pandemia, todo vuelva a la normalidad tan anormal de antes, donde la economía no está al servicio de la vida, y perdamos la oportunidad de comprometernos en serio en la construcción de un mundo más justo y fraternal, donde enfrentemos las pandemias del hambre y la miseria, que evidencian nuestra deshumanización.
Quiero creer, sin embargo, y apuesto a ello, que no van a ser inútiles tantos sufrimientos, tantos miedos, tantas muertes y también tantos heroísmos y tantas solidaridades y que la obligada encerrona nos habrá ayudado a reflexionar sobre nuestras vidas y sobre la marcha alocada de nuestro mundo, y que se impondrá la cordura, y la humanidad despertará por fin de ese falso sueño de un desarrollo egoísta sin límites, que se traduce en una verdadera pesadilla para la mayor parte de la humanidad.
Sí, necesitamos despertar el alma, aprender a mirar nuestras vidas y mirar el mundo con ojos nuevos. Necesitamos despertar del sueño de nuestra inconsciencia y nuestro egoísmo individualista a la verdad de lo que somos, a la vulnerabilidad de nuestras vidas. Despertar al convencimiento de que no podemos caminar solos y aislados, sino que necesitamos unir nuestras fuerzas. Despertar a la sencillez, la humildad y la solidaridad.Despertar a la necesidad de una vida más humana y más justa, vacunarnos contra el egoísmo y la insensibilidad y empezar a contagiar el virus del respeto, la compasión y el amor.