Nancy Raquel Fretes, odn
Directora | Fe y Alegría en Paraguay
8 de marzo, día internacional de la Mujer. Una bonita ocasión para reflexionar sobre la presencia de las religiosas en Fe y Alegría. Con toda seguridad podemos afirmar que desde los anhelos primigenios del P. Vélaz, las religiosas aparecen como “la columna vertebral que ha integrado y cohesionado a todo el personal de Fe y Alegría”[1]. ¿Por qué el iniciador de esta maravillosa obra apostólica de la Compañía de Jesús consideraba con tanta validez a las religiosas?
Esta pregunta me ha inquietado desde la primera vez que leí las cartas del Masparro. Por eso me he detenido a contemplar la andadura de las mujeres consagradas, discípulas de Jesús por las periferias, en las fronteras, donde se acaba el asfalto… Presentes siempre donde toda falta, porque allí se requiere de alguien que tienda la mano, para levantar, dignificar, liberar, acoger, formar, capacitar, curar, resignificar…
¿Por qué un Movimiento como Fe y Alegría es capaz de acoger en sus entrañas a carismas tan distintos y, no solo potenciarlos, sino también enriquecerlos y abrirlos a una creatividad apostólica inaudita? ¿Cuál es el dinamismo generador de redes solidarias que dilatan las fronteras del Movimiento más allá de los límites acostumbrados?
La experiencia personal de la llamada al seguimiento de Jesús es la razón para dejarlo todo y comprometerse, con otras convocadas, a colaborar en la siembra del Reino allá donde la comunidad nos envíe. El deseo hondo de, por amor, estar donde está el Maestro, servir como él y con él, como diría S. Ignacio, dinamiza la búsqueda cotidiana del mejor y mayor servicio. En este cruce de caminos Fe y Alegría se descubre como el ecosistema vital para vivir con radicalidad el encuentro con Jesús entre los más pobres.
Queremos estar en las periferias, entre los descartados porque Jesús está allí. Desde abajo y desde dentro opera la salvación y continúa llamando a colaborar con él. A aprender sus opciones, su modo, sus prioridades y sus criterios, porque son los modos del Reino. Entonces, cuando las religiosas nos deparamos con este modo de ser y hacer en Fe y Alegría, se nos abre el horizonte de la creatividad apostólica. Nos damos cuenta de que, sin menoscabo de los carismas propios, con otros y otras podemos tejer redes solidarias dignificadoras desde una educación liberadora.
La unidad en la pluralidad de carismas presentes en Fe y Alegría configuran su visión-misión. Dones y carismas puestos al servicio de la tarea dignificadora del Movimiento. Dilatan las fronteras e impulsan a ir más allá, justo allí donde pueblos desamparados esperan propuestas liberadoras que reconozcan su dignidad:
“Esta es la tarea y la vocación que hemos escogido: ayudar a que los más pobres, los más despreciados de los hombres reciban una ayuda y una formación, que los impulse a irse renovando, a ir naciendo a su dignidad de seres humanos, de Hijos de Dios y a ir ocupando con su esfuerzo el lugar justo que les corresponde entre los hombres”[2].
A parte del servicio como educadoras en los diversos ámbitos apostólicos del Movimiento, las religiosas contribuyen en la formación espiritual de las personas con quienes llevan adelante la misión. El testimonio de la alegría en la entrega y la capacidad de salir de sí hacen sospechar que educar en Fe y Alegría es cuestión de vocación. Una vocación dinamizada por el amor. Un amor que es pasión y, como tal, no se deja ganar en generosidad. Por eso es capaz de extralimitarse en sus horarios y hacer del servicio cualificado su modo de descanso.
El clamor de los pobres mueve al Magis. Esta ha sido la intuición del P. Vélaz y por esto, podía, con serenidad, ratificar que las religiosas son el alma y corazón del vigor expansivo del Movimiento. Al eco de estas palabras, hoy podemos afirmar que nos mueve el deseo de servir al Señor en los más pobres. El clamor de la tierra y los pobres nos urgen a discernir nuevas formas apostólicas. Queremos abrir caminos con otros y otras, más allá de las fronteras conocidas.
Las necesidades actuales de este mundo dividido y no solidario estimulan el deseo de arriesgar, de salir de la autorreferencialidad, aprender, tejer redes, sumar esfuerzos, multiplicar oportunidades, compartir dones y habilidades sin temor. Las congregaciones femeninas en Fe y Alegría descubrimos la creatividad que surge en el encuentro con carismas diferentes y podemos, siempre con otros, abrir horizontes insospechados de servicio de calidad en territorios desconocidos.
Mientras haya una persona: niño/a, joven y adulto sin leer, sin lo mínimo para vivir con dignidad no podemos descansar. Junto con los varones de buena voluntad somos llamadas a atravesar las noches de nuestros pueblos, como reza el documento de la CLAR, anunciando la Buena noticia del amor que libera, humaniza, levanta y empodera.
Rindo mi homenaje a las mujeres consagradas de las distintas congregaciones presentes en Fe y Alegría. Agradezco la gracia de poder ser parte de esta sinfonía de carismas que, por pasión, apuestan por una educación de calidad para los descartados de la sociedad.
Portamos en las entrañas el anhelo profundo de servir de una manera siempre nueva. No olvidemos que en su testamento el P. Vélaz, soñaba con herederos/as de las grandes esperanzas, que tiene la barrera de la muerte más lejos que yo, para que se multipliquen los afanes, crezcan los horizontes, y se alarguen los latidos del ensueño; para que del poder dormido de esta tierra brote un renuevo salvador. ¡Este es nuestro horizonte!
[1] Palabras del P. Vélaz en Cartas del Masparro.
[2] A. Bastos, Fe y Alegría en el pensamiento del p. Vélaz, 4
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