Fe y Alegría: una historia que transforma
Fe y Alegría: una historia que transforma
Fe y Alegría Internacional
“Esta obra es, verdaderamente, fruto de la acción de Dios y obra suya.”
Este 70 aniversario de Fe y Alegría es ocasión para volver a los orígenes y celebrar una historia que sigue transformando vidas. Desde aquella casa cedida por Abraham y Patricia Reyes en Catia en 1955 hasta hoy, Fe y Alegría es testimonio de que la educación puede ser semilla del Reino. Nuestra historia no se mide solo en número de escuelas, sino en dignidad sembrada, en comunidad fortalecida, en esperanza compartida.
Fe y Alegría nació del gesto generoso de dos laicos y del impulso de un grupo de jóvenes universitarios liderados por el P. José María Vélaz. Vieron en la educación un camino para transformar la injusticia estructural desde abajo. Esa chispa inicial no ha dejado de encender corazones y movilizar comunidades. Como dijo el P. General Arturo Sosa, “Fe y Alegría ha formado ciudadanos conscientes de sus derechos y responsabilidades, con un compromiso que hoy se amplía hacia una ciudadanía global.”
Hoy más de 30.000 educadores y 800.000 estudiantes en cuatro continentes continúan esa historia viva. Una historia que no es nostalgia, sino envío. Que no es peso del pasado, sino promesa de futuro.
Porque cuando decimos “Fe y Alegría”, hablamos de fe en los pueblos, alegría en la lucha, educación como esperanza. Y esa historia sigue escribiéndose cada día en las aulas, en las radios, en las fronteras, en las comunidades. Lo que empezó como una experiencia local se ha convertido en una red mundial que sigue sosteniéndose sobre un fundamento simple pero radical: creer que la educación cambia vidas, y que el amor político a los pueblos más vulnerables debe expresarse en oportunidades concretas.
Fe y Alegría es, como dice el General, una “obra de Dios”. Pero también es obra del compromiso de generaciones de educadores, voluntarios, religiosas, laicos y jesuitas que han sostenido esta misión con fidelidad. Celebrar 70 años es agradecer esa historia compartida y, sobre todo, renovar la decisión de seguir escribiéndola.