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06 septiembre 2023

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La salud de Marewa depende de Coromoto

Graciela de los Angeles Portillo

Periodista | Radio Fe y Alegría en Venezuela


A mediados de enero, cuando el reloj marcaba las 9:00 de la noche, a Coromoto le tocó vivir uno de los momentos más difíciles de su vida.

 

Atendía a 12 pacientes con problemas respiratorios cuando vio entrar a una mujer con dolor y desesperación. Estaba a punto de parir y lamentablemente ese bebé nacería con el síndrome de aspiración de meconio, que se produce cuando un recién nacido aspira líquido amniótico que contiene heces fecales.

 

Coromoto sabía lo que tenía que hacer: darle prioridad a ese parto por encima de los otros pacientes que atendía hasta ese momento. Casi de inmediato se percató que sería un parto difícil porque el bebé se estaba ahogando. Este síndrome puede provocar inflamación en los pulmones y dar lugar a problemas respiratorios.

 

Para agregar más drama, la embarazada venía de recorrer cuatro horas de camino buscando atención urgente porque en la comunidad Caña Wara, donde reside, no existen centros médicos.

 

Los duros dolores de parto se juntaron con el terrible estado de las carreteras con huecos o sin asfalto que tuvo que recorrer hasta llegar al centro de salud, donde fue atendida por esta enfermera yukpa.

 

“Puse toda mi experiencia para animarlo y gracias a Dios se salvó el bebé”, dijo Coromoto sobre Ender. Así lo llamaron.

 

Sin descanso

 

Coromoto Mume, quien es la única enfermera de la población de Marewa que se encuentra en el municipio Machiques de Perijá del estado Zulia, en Venezuela, tomó las riendas de dirigir el Ambulatorio Rural I cuando se fundó. Allí, entre otras funciones, asumió la enorme responsabilidad de atender prácticamente todos los partos de la comunidad: hasta la fecha ha atendido más de 200 debido a la ausencia de personal médico en la zona. La mayoría de las veces sin tener ni siquiera guantes.

 

Coromoto casi no descansa. Vive la mayor parte de su día a día en el trabajo, un lugar que luce limpio y ordenado gracias a ella, donde la acompaña un cuadro guindado del Dr. José Gregorio Hernández, el “médico de los pobres” -de gran popularidad en Venezuela-, a quien se le atribuyen algunos milagros y que fue beatificado por la Iglesia Católica.

 

“Casi no descanso. Todo el día vivo en el ambulatorio, lo hago por el bien de mi comunidad. Es un amor que tengo a mi profesión. Me gusta”, aseguró Coromoto, quien tiene 26 años de labor y cuya experiencia define como maravillosa, pero también difícil. Muy difícil.

 

Aunque lo normal sería que una enfermera no atienda los partos, sino que, en todo caso, brinde asistencia, gracias a ella las mujeres de su comunidad y otras comunidades indígenas adyacentes han podido traer sus hijos e hijas al mundo.

 

Las mujeres yukpas no paran de manifestar que buscan a Coromoto porque reciben de ella un mejor trato que cuando van a un hospital de la ciudad, donde muchas veces se han sentido maltratadas o humilladas de alguna forma u otra.

 

“Eso me hace sentir feliz. Hasta que Dios me de vida y salud seguiré trabajando. Esa es mi vocación, mi felicidad, el atender a mi comunidad y otras”, contó Coromoto, quien actualmente tiene 22 mujeres en una lista de espera para parir.

 

La experiencia ha sido su mejor escuela. Antes de iniciar sus estudios de enfermería, aprendió a atender partos de la mano de Leticia Mirashi, quien era la única partera de la comunidad. Ya a mediados del año 1994, cuando Marewa probablemente necesitaba una partera con urgencia debido a la ausencia de personal médico en la zona, Coromoto asumió esa responsabilidad.

 

En el año 1999 se graduó como enfermera de medicina simplificada y con esta mención sería una profesional apta para recetar medicamentos básicos. Lo que serviría para poco, pues con el tiempo terminó chocando con la amarga realidad de que no podía recetar nada porque no había nada que recetar. La falta de acceso a medicamentos en su comunidad pegó y ha pegado con fuerza durante todos estos años.

 

De todas las profesiones que Coromoto pudo haber elegido, la enfermería respondía a su vocación de servicio. Esto lo descubrió en el año 1982, con apenas 15 años, cuando se dio cuenta que las personas con las que convivía en Marewa estaban muriendo por una epidemia de hepatitis B. El dolor que sintió al ver morir a los niños y niñas, a los adultos mayores y mujeres embarazadas de su comunidad, la marcó para siempre.

 

En el marco de aquella epidemia hubo una reconocida epidemióloga del país llamada María Álcala de Monzón, que se adentraba en este territorio indígena para atender a las distintas comunidades de la Sierra de Perijá, al occidente del país, entre ellas Marewa. Coromoto la conoció y con ella aprendió a tomar muestras de sangre.

 

Los pocos medicamentos con que contaba la población para ese entonces eran los que entregaba la doctora María, en las diferentes comunidades de la Sierra de Périja. Una vez que falleció, hace cuatro años, estas zonas se quedaron mucho más vulnerables de lo que ya eran.

 

El último cargo importante que ocupó fue el de directora de programas de la Secretaría de Salud del estado Zulia. Para Coromoto, dejó un legado imborrable en su mente, pues la considera su “gran docente”, antes de que iniciara sus estudios de enfermería.

 

Después de estudiar para enfermera, Coromoto cursó hasta el cuarto año de medicina, carrera que no pudo culminar por verse obligada a dedicarse al cuidado de uno de sus ocho hijos, que nació con necesidades especiales.

 

Al fin y al cabo, además de ser la única esperanza de atención médica para su comunidad y otras comunidades, también es una persona que sufre la crisis económica y social que afecta al país, pero que pega con mucha más fuerza en zonas vulnerables, como las comunidades indígenas.

 

Marewa, un poblado con carencias

 

Sobre Marewa hay poca o nula información. Esta comunidad, donde habitan más de 740 personas, está rodeada de montañas y siembra de tubérculos como yuca (mandioca o guacamote).

 

No hay unidades de transporte público que brinden un fácil acceso a esta zona y su población pertenece a la etnia indígena yukpa, quienes habitan en chozas o bohíos, cuya estructura es de troncos de árboles con techos elaborados con paja o palmas.

 

A través de los años los yukpas han mantenido sus costumbres y tradiciones, preservándola para generaciones futuras, aunque en la actualidad este es un grupo que se encuentra desasistido.

 

En Marewa no hay agua potable, la única escuela está deteriorada y en el único centro de salud que permanece abierto, donde trabaja Coromoto, generalmente no hay insumos ni medicamentos, salvo los que se reciben por parte de alguna donación.

 

La presencia malaria en la zona, reportada por diversas organizaciones no gubernamentales, y los casos de mujeres embarazadas sin recibir una debida atención por falta de médicos y recursos, son los más frecuentes y alarmantes.

 

Pese al drama que allí se vive, en cuanto a servicios públicos, acceso a la salud y a la alimentación, no hay muchas reseñas de la prensa, en parte precisamente porque es un lugar de difícil acceso. De hecho, solo algunas organizaciones se acercan hasta Marewa para ejecutar programas sociales como Fe y Alegría Educomunicación, la Cruz Roja o el Acnur.

 

En enero del 2023 la Comisión para los Derechos Humanos del estado Zulia (Codhez) publicó un boletín donde se menciona que las comunidades indígenas de la Sierra de Perijá deben enfrentar enfermedades como la malaria, la desnutrición, la hepatitis, la leishmaniasis y la tuberculosis, además de los constantes accidentes ofídicos.

 

Los casos de desnutrición se deben en gran parte a la falta de poder adquisitivo de la población que allí vive, quienes no pueden adquirir proteínas como pollo o carne, o carbohidratos como arroz y pasta.

 

Aunque Marewa es una tierra fértil para la siembra de yuca, maíz, topochos y plátanos, no están las condiciones creadas para que puedan vivir de la comercialización de ellos.

 

Los tubérculos, frutos y hortalizas que se cosechan deben trasladarse hacia el casco central del municipio Machiques, donde se desarrolla la actividad comercial a través de supermercados y puestos ambulantes a quienes le pueden ofrecer su mercancía. Sin embargo, el costo que ofrecen por estos productos es muy bajo en comparación a lo que se debe invertir para trasladarse, por lo que no resulta un buen negocio.

 

De Marewa hasta el centro de Machiques hay aproximadamente una hora y media de distancia. Debido a la ausencia de unidades de transporte público, la única forma de movilizarse es cuando rara vez pasa alguna chirrinchera, camioneta acondicionada en su parte trasera con un techo y asientos de fabricación casera, muy usado en comunidades indígenas. A quienes pretenden trasladar y vender esta mercancía, el chófer les cobra según la cantidad de sacos que trasladen en el momento.

Todo este contexto da pie a que niños, niñas y adultos de esta zona pueden verse delgados o con algún grado de desnutrición, por la falta de acceso a una alimentación balanceada pues, al final, terminan consumiendo únicamente lo que pueden cosechar.

 

La llamada del desaliento y el cambio que vino después

 

En 1996, cuando se cumplieron catorce años de la epidemia de hepatitis B que se desató en la Sierra de Perijá, el entonces gobernador del Zulia, Francisco Arias Cárdenas, visitó la cuenca del Tokuko.

 

Coromoto asistió al lugar y aprovechó la oportunidad para solicitarle un ambulatorio para Marewa, debido a los casos que aún se registraban de hepatitis, además de tuberculosis.

 

El gobernador accedió a la solicitud y ordenó la construcción del Ambulatorio Rural I de Marewa. Al principio era una pequeña casita que contaba con solo dos cuartos, pero ya la población de Marewa tenía un centro de salud cercano donde acudir y, por supuesto, una enfermera como Coromoto para atenderlos.

 

Pero años más tarde, el ambulatorio no daba abasto para atender a toda la comunidad, pues esta fue creciendo año tras año. Por ello, en el año 2000, Coromoto se dirigió al Ministerio de los Pueblos Indígenas en la ciudad de Caracas, la capital del país, para solicitar remodelar el ambulatorio. Y así fue. La solicitud fue aprobada y entonces se construyeron dos cuartos más y una sala de espera.

 

En el presente año Coromoto logró comunicarse con las autoridades del Ministerio de Salud, porque lo consideró extremadamente necesario. La situación actual no es diferente a la de los años 80: en esta zona los casos de malaria son frecuentes al igual que los casos de mujeres embarazadas que no tienen condiciones mínimas para parir, pues no cuentan con insumos médicos o medicamentos.

 

La respuesta que le dieron la dejó sorprendida: supuestamente no tenían información de que este ambulatorio existe.

 

“Yo dije: ‘¿Cómo?’. Siempre el ambulatorio ha estado adscrito al Ministerio de Salud y al Hospital de Machiques”, recordó Coromoto.

 

Aquella llamada casi la hace tirar la toalla. Sus ánimos se fueron al piso y empezó a hacerse muchas preguntas: ¿Por qué no lo conocían si el ambulatorio tiene su código? ¿A dónde enviaban el presupuesto del ambulatorio de Marewa?

 

Coromoto recuerda que desde los años 90, cuando inició en el ambulatorio, mensualmente enviaba reportes sobre la situación de salud en la comunidad, por lo cual considera injustificable que desconocieran la existencia del ambulatorio.

 

Por eso empezó a desanimarse y reflexionó sobre lo poco que podía hacer en el ambulatorio sin medicamentos ni insumos. Muchas veces amarró el cordón umbilical con hilo de coser y cortó el ombligo del bebé con una hojilla.

 

La situación se volvía más engorrosa cuando llegaban partos de noche, porque el ambulatorio muchas veces no tenía electricidad y Coromoto se apoyaba en la luz de velas para atender pacientes. A veces también se vio en la obligación de usar lámparas de gasoil para poder ver y atender un parto.

 

Solo contaba con una camilla ginecológica, la cual no tiene parales para colocar las soluciones, que tiene que terminar guindando en una ventana. Como sea, Coromoto se las ingenió durante todos estos años y por eso nunca ninguno de sus pacientes recibió una respuesta negativa de su parte.

 

En medio de la desmotivación, se armó de valor para difundir fotografías y hablar en la radio con la intención de que más allá de Marewa se conociera las críticas condiciones que sufren las mujeres de esta comunidad a la hora de parir.

 

Sus denuncias llegaron a oídos de las organizaciones no gubernamentales y agencias humanitarias, quienes han dotado al ambulatorio de algunas sillas, además de paneles solares y pintura. También les han donado medicamentos.

 

Si estas organizaciones no hubiesen bridando su apoyo, Coromoto cree que pudo haberse rendido.

 

Luego de la llamada realizada al Ministerio de Salud, entre abril y mayo un grupo de funcionarios se acercaron a supervisar el ambulatorio y se sorprendieron de ver el buen estado en el que se encontraba el ambulatorio. Recientemente volvieron con algunos insumos, otro horario… e incluso otro nombre.

 

El Ambulatorio Rural I de Marewa ahora pasó a ser un consultorio de la Misión Barrio Adentro y funcionaría de 8:00 de la mañana a 12:00 del mediodía lo que, según Coromoto, la comunidad no entenderá pues están acostumbrados a ser atendidos las 24 horas del día desde su fundación. Además, los casos de emergencia, que realmente no pueden esperar, se presentan a toda hora.

 

Coromoto insiste en que no se negará a ningún caso que necesite ser atendido, pero ahora tendría el centro de salud cerrado porque así lo establece la ley y por lo tanto los pacientes tendrían que irse a cualquier otra comunidad en la que si haya médicos a toda hora.

 

Ante este nuevo escenario, la enfermera yukpa convocó a una reunión con la comunidad y los caciques para explicarles la situación. Deberá explicar que, aunque toda la vida ha trabajado a la hora que sea para atender a sus pacientes, ahora debe regirse por lo que diga el Estado, que dotó al nuevo consultorio de equipos médicos, incluyendo camas. También le hicieron algunas remodelaciones en cuanto a baños y pinturas, y se espera la instalación de un tanque de agua, con miras a la pronta inauguración del consultorio que contaría con la presencia de la ministra de salud.

 

El cambio de ambulatorio a consultorio se basaría en que Marewa es una población pequeña, pero Coromoto insiste que se necesita un ambulatorio porque además de las más de 740 personas que viven ahí, se terminan atendiendo a más de 3 mil pacientes si se incluyen a las personas de las comunidades adyacentes.

 

170 bolívares quincenal (5 dólares americanos)

 

Aunque Coromoto se define como una mujer que está para todo, ella también, evidentemente, debe sortear sus propios problemas.

 

El pago quincenal que recibe mediante la nómina del Ministerio de Salud, donde es reconocida como camillera y no como enfermera, es de 170 bolívares, que al cambio oficial representan poco más de 5 dólares.

 

Para pelear por su cargo, incluso ha viajado hasta Caracas para exigir que la asciendan al cargo de enfermera. Pero todo ha sido un tiempo perdido: se niegan a reconocerle sus estudios de enfermería y el curso de paramédico, que vendría siendo la función que realmente ejerce en el ambulatorio.

 

“Los funcionarios del Estado decían que no había cargo, que me quedara con eso. Pero yo decía que mi trabajo era fuerte, que yo me merecía un cargo de enfermería”, expresó Coromoto, quien para poder subsistir elabora diferentes tipos de artesanía para vender.

 

Por amor a su gente

 

Tres meses después de que Ender naciera, Coromoto lo atendió.

 

Su madre decidió llevarlo a su ambulatorio porque estaba presentando síntomas de diarrea.

 

Coromoto recuerda a un bebé “grande y gordito”, lo que para ella representó un milagro, pues no pudo evitar recordar aquella trágica noche en la que atendió el parto. Todavía se preguntaba cómo logró reanimarlo.

 

Pero, lamentablemente, unas semanas después de esta consulta se enteró que Ender había muerto. Aún no se conoce la verdadera causa de su muerte: por ahora se presume que fue neumonía o malaria.

 

¿Ya contamos que Coromoto actualmente tiene malaria? Pues sí: tiene y aunque hay disponibilidad del tratamiento en el centro de Machiques, a veces no puede bajar a buscarlo porque no tiene dinero para los pasajes.

 

Sin embargo, aun estando enferma, trabaja fuertemente porque no le gusta dejar a sus pacientes solos.

 

“Yo lo hago por el amor de mi gente, de mis pacientes, de mi comunidad. Nunca me niego esté o no esté enferma”, afirmó Coromoto.

 

Su comunidad siempre se expresa bien de ella. Dicen: “Coromoto es la doctora de aquí. La que tiene más experiencia y les gana a los médicos”. Ella solo se ríe.

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