¿Quién financia el futuro?
Discursos, vacíos y oportunidades en la arquitectura global del desarrollo
¿Quién financia el futuro?
Discursos, vacíos y oportunidades en la arquitectura global del desarrollo
Tatiana Cardona y Dani Villanueva, SJ
Fe y Alegría Internacional
La primera jornada de la 4ª Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo arrancó con una fuerte disonancia entre los discursos institucionales y las expectativas de la sociedad civil. Aunque se repitió insistentemente el llamado a la “acción” como lema de la cumbre, los paneles evidenciaron tensiones entre enfoques públicos y privados, una escasa representación de movimientos sociales y una creciente tecnocracia en las soluciones planteadas.
La Conferencia avanzó entre plenarias oficiales, mesas paralelas y debates técnicos sobre deuda, impuestos, cooperación y educación. Pero quienes veníamos del foro de la sociedad civil no pudimos evitar sentir que habíamos entrado en otro mundo: uno donde el lenguaje se vuelve más controlado, los conceptos más abstractos y la participación social se menciona, pero no se practica. Como si cambiar de sala implicara también cambiar de planeta.
Es la primera vez que Fe y Alegría y Entreculturas participan en un espacio de esta magnitud, marcado por la diversidad de actores y la complejidad del diálogo global multisectorial. Mientras los Estados miembros sesionan en plenarias, más de 400 eventos paralelos reúnen a redes y organizaciones sociales para dialogar, proponer y cuestionar en conversación directa con mandatarios, organismos multilaterales, empresas y agencias internacionales. Nuestra delegación conjunta está formada por una decena de personas distribuidas estratégicamente para cubrir los espacios clave sobre educación, filantropía, innovación y cooperación intersectorial, en los que creemos que Fe y Alegría y Entreculturas podemos tanto aprender como aportar.
Otros paneles insistían en que invertir en la infancia —en salud, nutrición y educación— no es solo una urgencia moral, sino también una estrategia de desarrollo inteligente. La iniciativa Child Priority Framework, por ejemplo, propone articular una nueva coalición global que sitúe a la niñez en el centro de las políticas públicas y de la cooperación internacional.
Una de las constataciones más llamativas fue la desaparición del lenguaje de “condonación de deuda”. En su lugar, se impuso el término “alivio” y el énfasis en que los países deben resolver sus desafíos con recursos propios. Aunque razonable en parte, esta narrativa omite las asimetrías estructurales y desvía la atención del reclamo por justicia fiscal y redistribución global.
En varios paneles se discutió la necesidad de transformar la arquitectura financiera internacional. Se presentaron herramientas como los Marcos Integrados de Financiación Nacional (INFFs), diseñados para alinear presupuestos públicos con los ODS. Su efectividad depende del fortalecimiento institucional, el liderazgo político y la coherencia entre políticas sociales y económicas. La clave: reorganizar los recursos existentes para que lleguen donde más se necesitan.
También hubo amplio consenso sobre la urgencia de movilizar recursos internos mediante estrategias fiscales progresivas, impuestos especiales, alianzas público-privadas y mecanismos de transparencia. La justicia fiscal fue reivindicada no solo como necesidad técnica, sino como decisión política crucial para financiar un desarrollo inclusivo.
En una de las mesas más lúcidas sobre impuestos y presupuestos domésticos, se dijo sin rodeos: “Los ricos son ricos por algo. No todo puede depender de la filantropía. Hay que legislar”. Se propuso, por ejemplo, gravar más el lujo, y utilizar la filantropía no para financiar servicios básicos, sino para mitigar riesgos de deuda en países con menos margen fiscal.
El debate sobre los partenariados público-privados mostró fuertes tensiones. Aunque algunos defendieron el papel del sector privado, también se insistió en que este debe reducir riesgos y complementar —no sustituir— las funciones públicas. Se pidió un cambio de enfoque que valore las capacidades y prioridades de los países socios y no imponga modelos externos.
En el ámbito educativo, aunque se reconoció su papel estratégico, el enfoque dominante estuvo excesivamente centrado en su impacto económico. Echamos en falta una visión más humanista y transformadora de la educación, como derecho integral y pilar de otros derechos. “Todo se mide por su impacto en el PIB —lamentaba una participante—. Y así, lo social queda en segundo plano”. Sabemos que es una cumbre de financiación, y por tanto técnica, pero resulta preocupante que la educación se aborde casi exclusivamente desde lógicas de inversión y retorno financiero, dejando de lado sus dimensiones éticas, políticas y culturales.
También se abordó la propuesta de canje de deuda por clima, especialmente para países en regiones altamente vulnerables al cambio climático. Sin embargo, mecanismos como el Global Gateway de la UE mostraron sus límites: grandes promesas, pero poca claridad sobre cómo incluir realmente a la sociedad civil en la definición y seguimiento de políticas.
En la mesa sobre seguridad alimentaria, el protagonismo de actores como el Banco Africano de Desarrollo dejó dudas abiertas sobre el papel de los pequeños agricultores, pescadores y comunidades locales. ¿Cómo se asegura que los fondos lleguen a quienes más los necesitan? ¿Quién controla su uso? Se alertó del riesgo de financiar buenas intenciones sin mecanismos claros de transparencia ni participación local.
En muchos espacios, la sociedad civil quedó desdibujada. Se denunció la exclusión de ONGs en foros clave como el Business Forum y la falta de mecanismos de participación ciudadana reales. “Estamos en mundos paralelos —se dijo—. Hay que aproximar lenguajes y construir puentes”.
También hubo señales positivas. Uno de los mensajes más sólidos de la jornada fue la necesidad urgente de reordenar las prioridades globales de financiación. Desde el panel impulsado por la Santa Sede y Cáritas —que, en el marco del Año Jubilar 2025, denunció con firmeza las injusticias estructurales del sistema financiero internacional— hasta el llamado de la Fundación Education Above All y SDSN para cerrar la brecha de financiación educativa, quedó claro que sin inversión sostenida en derechos fundamentales, no hay desarrollo ni justicia posible. Entre las propuestas destacaron la reestructuración de la deuda, los canjes deuda-educación y el uso de mecanismos financieros innovadores para garantizar el derecho a la educación sin caer en lógicas exclusivamente mercantiles.
Valoramos especialmente la presencia de organizaciones de Iglesia y de instituciones de la Compañía de Jesús como las universidades de Comillas, Deusto y Loyola, junto a ONGs como Alboan, Entreculturas o la propia Fe y Alegría. Es esperanzador constatar que poco a poco estamos logrando mayor presencia en estos espacios de diálogo global, aunque el mundo financiero y técnico en el que se enmarcan sigue estando lejos de las realidades educativas y sociales del Sur global. “Hay que entrar en esta conversación —dijo una voz—, porque si queremos cambiar las causas de la desigualdad, aquí se están jugando las reglas”.
Terminamos la jornada compartiendo una cena con los distintos grupos internacionales que integramos la Campaña Mundial por la Educación. Fue un espacio de encuentro fraterno, pero también de preocupación compartida ante la amenaza de normalizar el recorte del 25% en la financiación internacional a la educación. Terminamos con una cita de Amina Muhammad, Subsecetaria General de Naciones Unidas: “Se trata de financiación, pero también de los valores que nos mueven.” Y esa, sin duda, es la principal batalla que nos corresponde dar. Por eso estamos en esta cumbre.
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